¡Runnin' through hell, heaven can wait!

viernes, 28 de septiembre de 2012

Circulo vicioso


17 de octubre

Me distraje en ese preciso momento y no escuché las instrucciones, me sucede a menudo que cuando debo poner atención, otro pensamiento irrumpe en mi cabeza. Ahora no sé si para girar debo utilizar el botón azul o el verde, si deba utilizar la izquierda o la derecha, el camino fácil o el arriesgado. Un sinfín de memorias sin sentido me inundan cada vez que necesito paz para tomar una decisión. ¿Será ella? ¿Será la monotonía de siempre? Lo único cierto es que estoy cansado de lo mismo, no logro unificar mis ideas y suelo irme por caminos inexistentes para compensar la realidad.
Las instrucciones, ahora que ha pasado un tiempo, eran sencillas: hay mejores cosas. La razón muchas veces contradice su nombre al igual que el corazón disimula no sentir. Si hubiera prestado atención en ese momento las cosas serían diferentes: la garganta dejaría soltar este nudo que me atormenta, mis pulsaciones no se acelerarían con cada rastro que me recuerda a ella. Si hubiera sido un poco más meticuloso y menos distraído, la historia sería diferente.
Ya me decidí, ahora no hay instrucciones que sirvan ni consejos que valgan, ¿pero qué más puedo hacer? Ya me decidí: la voy a olvidar. Me decidí. Es muy raro porque como dije al principio no logro concentrarme en algo, el foco varía todo el tiempo y me voy por caminos muy distintos a los iniciales. Quizás no logre centrarme en lo elemental y mucho menos en la frivolidad acostumbrada, pero esta vez es en serio. Me demoré mucho en tomar esta decisión porque esperé la reacción divina, pero nunca llegó. Me doy cuenta que la esperanza es muy poderosa y solo ella puede alimentar los deseos de alguien así no exista la remota posibilidad: la esperé, pero nunca vino; la llamé, pero nunca contestó. Por eso hoy, mucho tiempo después, la voy a olvidar.
Esta vez es diferente: cuando he tenido que olvidar, ha sido a la fuerza, en esta ocasión sí lo quiero hacer. Lo quiero hacer porque no guardo ni un recuerdo que me saque una sonrisa: un abrazo ni una caricia, nada. Nunca hubo amor, ni nada parecido. No nos debimos conocer, es así. Pero qué más da, ahora estoy en proceso de dejarla atrás. Por suerte lo estoy consiguiendo.
3 de febrero

Ahora que la olvidé podré pasar de página. Seré más pertinente en mis decisiones, podré concentrarme en lo elemental: en vivir. Se dice que lo más se extraña es lo que nunca sucede, me pasó, pero por suerte es historia pasada. Prospecté un mundo ideal donde el dolor no existiría, solo ella y yo, nuestros sentimientos abrazados en una unión infinita. No fue así, y la verdad es que duele, o bueno, dolía. Ya ha pasado mucho tiempo y así no parezca, estoy mucho mejor.

6 de febrero
Nota:
Vuelvo a escribir, pero es importante.
Anoche, caminaba rápido en la ruta a casa. Llovía y el frío me invadía hasta los huesos. La brisa era más fuerte. Decidí secarme en un pequeño bar y de paso calmar un poco la ira contra la naturaleza que tenía en esos momentos. En ese instante, en ese microsegundo, pasó una sombra. Era peculiar y me fijé mejor, sabía que la había visto. Miré más detenidamente, y sí, era lo que había temido ver: ella. Me distraje en ese preciso momento y no escuché las instrucciones, esas instrucciones que había llevado al pie de la letra. No había nada que valiera en ese momento: la había recordado. Volvió, en un encuentro efímero, para estropear mi plan, para dañar todo.

viernes, 18 de mayo de 2012

Respirando más que aire




Podrá ser el lugar más emblemático que tenga una universidad, por algo está ubicada en todo el centro de esta para sobresalir entre los demás espacios. Sus escaleras pueden ser largas y extensas, pero al pasarlas se siente un aire diferente -no solo el aire acondicionado- que te conecta a un mundo de aprendizaje. La Biblioteca Luis Echavarría Villegas es el lugar perfecto para los maestros y alumnos entregados a la lectura. Allí, entre sus tres pisos volcados de información e investigación nacen historias desde todos los puntos del planeta; desde Rafael Pombo hasta Cálculo III.

Quizás se haya distanciado un poco últimamente en los intereses de los estudiantes, pero una biblioteca siempre será la plaza central para embarcarse en un mundo de conocimiento. Entre sus tantos salones cubiertos por largas alfombras grises podremos encontrar la diversidad del lenguaje en su mayor expresión. Es el espacio propicio para sumergirse en el mundo creado por un autor, que al igual que sus lectores, ve en un libro una demostración de sentimientos y emociones que ninguna otra cosa puede igualar.



No solo encontraremos libros, revistas, ensayos con fines recreativos y culturales. En sus cientas de mesas visualizaremos a los estudiantes preparando sus trabajos con fines académicos. Además, cuenta con un sitio privilegiado y exclusivo para ver las mejores películas en los mejores sillones. Se siente la cultura en cada paso que se da dentro de la biblioteca. Ubicarse es sencillo, pues es el patrimonio de la Universidad EAFIT y es visible para cualquier persona interesada en conocer. Aún, cuando su entrada está bordeada de un pasillo inmenso y viable para todos los transeúntes, ¿el motivo? Enaltecer este circuito educativo.

Quizás el silencio pueda parecer molesto para ciertos visitante; lo es si tu interés no es el propicio para este espacio. Aquí se respira algo diferente a cualquier otro lugar en la universidad, se siente un aire más limpio y cautivante. Los libros, así sean viejos, inyectan una visión de tranquilidad a todos sus anfitriones. Si eres estudiante de EAFIT, y no visitas semanalmente -como mínimo- este templo de información: ¿qué estás esperando?

martes, 15 de mayo de 2012

Visitando recuerdos




Entre la contaminada, acelerada y ruidosa esfera que contiene Medellín, ciudad de la eterna primavera, en en el centro de la ciudad encontramos un espacio que se distancia de estos tres adjetivos y aún así, es el lugar menos deseado por los miles de transeúntes que diariamente bordean el sector para llegar a sus respectivos trabajos.

En sus alrededores se respira vida: flores, girasoles y rosas muy diversas. Estas, esperan ser adquiridas por caras amargas y en ocasiones, por ojos hinchados de dolor. Lo doloroso es el medio y el fin al que llegarán estas plantas, que saturan colores y olores, pero que su destinatario no tendrá la posibilidad de apreciar.

Para llegar allí solo debemos ubicarnos entre la estación Hospital y Universidad del Metro de Medellín. Sonará paradójico que un lugar donde se encuentra la perplejidad de la muerte esté ubicada en medio de sinónimos de educación y vida. Por encima del cementerio de San Pedro circulan a diario miles de estudiantes con deseos y sueños que algún día acabarán en un espacio reducido y rodeado de miles de desconocidos.

Al entrar por esa ancha entrada, luego de superar los vendedores de flores que intentan a todo pulmón convencer y aprovechar la situación emocional del visitante, encarnaremos un espacio con silencios llenos de respeto y dolor en todos sus rincones. Al consumar todo prejuicio y empezar el recorrido encontraremos tumbas tan antiguas como la misma ciudad. En sus bordes están los nombres de esas personas que vivieron en una ciudad menos atareada, más conservadora y con un espacio territorial mucho más reducido.

Las familias con mayor poder adquisitivo se llevan todas las miradas gracias a sus vistosas, aglomeradas y exuberantes lechos de muerte. Un final irónico, a fin de cuentas podrá ser más costoso un pedazo de tierra que otro pero ya ahí no importa: todos comparten la misma suerte. El sitio respira recuerdos, parece una esfera que es observada por una mirada panóptica de su iglesia, tan blanca como la espada dibujada cerca a los restos del gran Pedro Justo Berrío.

En sus bordes se sitúan lo que queda de miles de antioqueños que no tuvieron el mismo poder económico -o quizás fue solo deseo- que los ubicados alrededor en el centro del cementerio, forzados por grandes columnas parecidas a las de la Antigua Roma y que se diferencian de manera estética a las ubicadas en todo su frente, pero a fin de cuentas ¿para qué hacerlo?




Llegan cientos de personas con un dolor visible en sus rostros, con un sentimiento que atraganta las palabras y con miles de recuerdos que ya saben diferente. Se postran de rodillas y le hablan a una pared mientras colocan esas flores, ahora no con tanta vida, entre cualquier hueco que se abra en el pequeño espacio que le corresponde a cada inquilino.

Las tumbas más grandes, que contienen familias enteras, son acompañadas por santos y figuras católicas para avivar y darle un poco de concepto a lo que se “vive” allí: desde el cuerpo moribundo de Jesús hasta la virgen postrada orando. Todo aquello contextualiza y le da cierto color, así sea gris, a un espacio donde la muerte es el actor principal. Su vegetación intermitente y dispersa le da una mirada más humana y menos terrorífica en todo el sector; sus caminos denotan la antigüedad que contiene el lugar pero que de igual forma lo caracteriza y le da ese toque único.

Los recuerdos inundan cada esquina del cementerio, y además museo, de San Pedro. Son miles las historias que se podrían escuchar cada día entre sus atormentados visitantes, son cargas que posiblemente nunca se superen y estar ahí es una manera de lidiar con la realidad. Los visitantes saben que en un futuro ellos serán los visitados y que sus lágrimas las derramará otro; el correr de la vida es así. Así su arquitectura sea agradable lo ideal para cualquier antioqueño sería no visitar este lugar nunca, pero tarde o temprano -sea allí o en otro- todos correremos la misma suerte.


Utopías sin vías


“Seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última” (El derecho del delirio, Eduardo Galeano).




El planeta Tierra se caracteriza por la diversidad de culturas, pensamientos y principios. Entre la cosmovisión podemos encontrar una diferenciación entre todo tipo de humanos desde sus principios hasta sus gustos. Aún así, hay algo que nos une a todos desde siglos, una pregunta sin respuesta: ¿para qué hemos venido a este mundo? Grandes filósofos y pensadores han buscado una aclaración sin llegar a una conclusión válida, lo cual rectifica su complejidad.

La religión católica nos declara que todos venimos a este mundo a cumplir un propósito: así pierdas tu familia en un accidente, nazcas con una discapacidad cerebral o hayas asesinado a cientos de personas, tienes un propósito en la vida. ¿Suena muy lógico, cierto? Si venimos por un propósito debemos también tener un sueño. Un ser humano compone sus sueños con frecuencia en su etapa de crecimiento, en ella, y gracias a los medios, las masas, los estereotipos y convenciones sociales fomentan una especie de deseos a cumplir en un determinado tiempo para así llegar a la felicidad y, con ello, cumplir un propósito en la vida.

El sentido de la vida seguirá siendo un incógnito por muchos años más. Sin embargo, hay escritores y artistas que se han dado la tarea de recrear un mundo mejor para todos, una comunión donde los sueños sean logrados por todos los que lo deseen: una utopía. Artistas como Jhon Lennon en su canción Imagine o Queen en Who wants to live forever han hecho soñar a miles de personas con un mundo ideal según lo que es considerado propicio para todos lo que deseen estar ahí. En contraparte, Danny Boile, director escocese, en su grandiosa película Trainspotting nos da una mirada más cruda de lo absurdo de buscar un sueño proveniente de lo que es bien o mal para la sociedad. David Fichtner en el Club de pelea se encarga de criticar el actual accionar de los seres humanos.

En la literatura, donde haremos más énfasis, encontramos a un gran escritor latinoamericano como Eduardo Galeano. Él, en su libro El derecho al delirio marca una línea clara en lo que es su utopía, su mundo imposible; pero mundo al fin y al cabo. El creador de Las venas abiertas de América Latina y Memorias de fuego entre otras obras literarias, siendo estas dos sus más conocidas, recrea un mundo a partir de sus sueños más deseados. 

Todos los humanos constantemente accionamos con el deseo de una recompensa a futuro, y nuestros sueños cambian y se transforman cada día. Para los que no conocemos la obra de El derecho al delirio podemos disfrutar un fragmento relatado por el mismo Eduardo Galeano en el programa “Singulars” del canal español TV3. “El televisor dejará de ser el integrante más importante de la familia” es un ejemplo de la narrativa usada por el uruguayo; allí menciona aspectos muy variados: desde lo absurdo de los pequeños placeres de la vida hasta crítica el ejercer de los gobiernos actuales. 

La idea que describe Eduardo Galeano es muy clara. No es un autor que se dedique a la falsa literatura como lo es la del crecimiento personal: no quiere hacerle creer a sus lectores que si luchan por sus sueños algún día se van a cumplir. Por eso se denota de manera clara que es solo una utopía. 

Hay una gran diferencia entre soñar por algo que desea cumplir y por el cual está en continua búsqueda o un sueño utópico que solo sirve para recrear y pensar en un futuro con base en lo ideal, pero conscientes de que no será posible. La primera genera frustración e impotencia cuando la meta no se cumple: algo muy común en los humanos. La esperanza que genera un sueño muchas veces se derrumba y con ella llegan consecuencias negativas en el choque con la realidad.

Pero no todo es tan perfecto en el momento de describir un sueño. Por ejemplo, y retomando, Trainspotting maneja una crítica a la búsqueda humana de sueños a lo largo de la vida: “Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia, elige un televisor grande…  elige tu futuro, elige la vida. Pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida, yo elegí otra cosa. ¿Y las razones?, ¡no hay razones!” Este pequeño fragmento es el inicio de la película escocesa. En el desarrollo critica el estilo de vida de las personas al buscar algo que la televisión nos muestra; los sueños dejan de ser internos y pasan a ser una convención grupal.




La complejidad de la pregunta del para qué venimos a este mundo ha generado diversos puntos de vista, unos más optimistas que otros. Eduardo Galeano sorprende con un discurso categórico y con un toque personal muy notorio. Refleja en sus labios –la entrevista en TV3- un dolor a lo que menciona. Él más que nadie sabe la profundidad de cada frase; está cansado de este mundo tan injusto y su desahogo es plasmado en unas hojas.

"Seremos imperfectos, porque la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses". En estos cinco minutos donde expone ese fragmento encontramos frases  muy delineadas y hasta con una necesidad de percepción más alta a una común. Son tan sabias estas palabras que el mismo Eduardo Galeano las escribió con la condición de que no pasaran de una utopía; son palabras que en su unión parecen ser de un mundo imaginario y al mismo tiempo nos pone los pies en la tierra.

Qué bueno sería caracterizar los sueños sin esperar nada de ellos; qué bueno sería formarnos con base en lo que soñamos y no a lo estigmatizado por la sociedad. La búsqueda de un sentido a la vida es algo desprolijo; la búsqueda de encontrarse consigo mismo no lo es. Sería mejor si todos se encontraran antes de encontrar a la televisión o a una moda: los sueños los pone cada uno, no una sociedad. Eduardo Galeano crea una obra maestra y deja mucho que analizar. Una utopía que no pasa de ahí; está estancada y por eso es más valiosa.
El sueño en los seres humanos es muy importante, pero no lo es todo: depender de ellos causa grandes fracasos. Quizás esto último parezca muy ambiguo -es muy cierto-, pero, ¿acaso el sentido de la vida no lo es?

Bailemos cultura



Medellín: ciudad rodeada de montañas rellenas de historias; un territorio que se transforma día a día a las exigentes necesidades de todos sus ciudadanos. Palabras generales para definir un pueblo categórico que ha logrado superar épocas de sangre y dolor. Aún así no todo es fácil ni tan bello como un adjetivo para describir: las marcas de desigualdad están vigentes en cada esquina de la ciudad. Incluso, si nos dirigimos al centro de Medellín veremos una cara completamente distinta a la mencionada en el primer párrafo: los hombres cargan en sus carrozas todo tipo de frustraciones; las mujeres arrullan sueños sin cumplir por decisiones incorrectas y los ancianos en sus arrugas muestran un pasado muy distinto a lo que viven ahora. 

La brecha existente en Medellín es tan grande como sus edificios. Sin embargo, lo económico debe ser irrelevante al lado de lo social: una civilización se mide por el tamaño de su cultura. La ciudad es cada vez más dependiente de la actitud y gustos de sus jóvenes, por eso no es extraño vislumbrar fiestas de reggaetón por doquier; peleas entre barras de los equipos de sus amores; la sobrevalorada comunicación gracias a un celular con teclado y por consiguiente la poca interacción física entre los ciudadanos. Por eso, se dificulta encontrar espacios que perduren a los años, a las circunstancias y  las modas, que hoy en día, no duran más que su publicidad.

Entre tanto desasosiego e inequidad a la vista de cualquier curioso encontramos un espacio donde estar aburrido no es válido. Con un movimiento en la dirección a las manillas del reloj se prende una radio de más de 40 años; es suficiente para transformar la tristeza en alegría y la monotonía en cultura.

Conocidas como la capital del tango en Colombia, y con razones: Carlos Gardel, el más grande exponente de este género, que vivió gran parte de su vida en nuestra ciudad, donde moriría en un accidente de tránsito. Además, hemos albergado festivales de esta música argentina que nos acredita merecedores de semejante reconocimiento. 

En 1957, cuando el tango era tan escuchado como lo es ahora Daddy Yankee, el “patrón” Gustavo Arteaga se encomendó en llenar de cultura, música y sentimiento un inhóspito lote ubicado a una cuadra de donde queda ahora la estación San Antonio del Metro. Nunca pensaría que ese sueño de joven 55 años después estaría tan vigente como lo fue en ese momento. Se sube el volumen a los parlantes; suena Cicatrices de Juan Pulido; los ancianos corean a son de marineros cada frase; los jóvenes, que no son pocos, se deslumbran ante las imágenes que llenan con sus particulares historias cada rincón del lugar; las meseras se mueven de manera ágil para agilizar el trabajo. Todos sonríen.

El contraste situacional que rodea al Salón Málaga parece de otro lugar, o para ser más coherentes, el Salón Málaga parece de otro lugar; otro país, otro momento. Al subir los dos escalones y sentir las frías baldosas sucede algo que te lleva a otra época. Si eres joven, sentirás un pasado que existió y al cual te sientes invitado. No solo la música, sino los personajes ahí sentados, y todos esos materiales coloquiales que han perdurado y contienen las más maravillosas historias.

Suenan los tacones, la gente aplaude y el baile no se hace esperar. El tango, ese sonido tan armónico, aún está vigente así sea entre pocos. Los ancianos allí presentes no van solo por la música: van por el espacio, por esos pequeños metros cuadrados que tantos recuerdos les traen. Ellos saben que no volverán a vivir esa época dorada, sus años de juventud alrededor de los 50, pero queman sus últimos cartuchos con una sonrisa sincera y muy expresiva. Los jóvenes, aquellos inquietos por conocer lo tan conocido por muchos pero desaprovechado por otros (la gran mayoría), disfrutan y aprenden de la cultura real de su ciudad natal, y por qué no, conocen el Medellín que no les tocó vivir.

El Salón Málaga posiblemente sea uno de los lugares más emblemáticos de la región gracias a que ha perdurado. Pero no siempre fueron momentos felices para los arquitectos de este sueño de muchos. La ciudad vivió tiempos difíciles, aunque todavía los hay, donde todo parecía llegar a su fin; y aún así lograron soportar fuertes tormentas para consagrarse como lo que son hoy. 

En una ciudad con el lema “Lo viejo no sirve” es difícil legitimar la palabra “cultura”. La era de cambios está tomando poder, para ello, lo nunca antes visto es más relevante. Una población con las características como lo es Antioquia, debe guardar y cuidar todo lo que sirvió a construir lo que es ahora. Qué lindo es encontrarle una historia a una simple canción, a una mal tomada fotografía, qué felicidad aprender de alguien que se enorgullece de sus gustos y sus vivencias. El afán de aceptación nos crea un maquillaje que nos hace olvidar de dónde venimos; la cultura es el corazón de un pueblo y este pueblo rodeado de montañas sí que tiene de ello.

Espacios como este perdurarán, eso es seguro. Su estilo es único, su belleza también. No se necesita ser amante al tango ni a la poesía, ni siquiera a Medellín, para maravillarse entre esas paredes que te hablan y te invitan a quedarte. El “patrón” está envejeciendo, él más que nadie lo sabe y aún así sonríe como el primer día de trabajo: sabe que ha dejado un legado para toda la vida y un regalo a la ciudad.

El tiempo no para, los jóvenes envejecerán y qué puede ser más bonito que encontrar esos espacios en donde se formaron y vivieron todo lo que en algún momento los hizo felices. Así la ciudad se transforme de manera constante y cada vez con más rapidez son muchas las historias que no deben ser olvidadas tan solo por haber pertenecido en algún momento a este espacio, como lo somos nosotros ahora. Cultura es más que un gusto colectivo, es una apreciación de belleza y apropiación de los que nos pertenece; en cada rincón de ella está reflejado lo que somos, y eso es lo que a fin de cuentas vale y nos diferencia de los demás.

El guasón: el villano del éxito


Todos los amantes del cine que vimos, disfrutamos y nos emocionamos con la segunda entrega de Batman: el caballero de la noche (The Dark Knight), película dirigida por el talentoso y prestigioso Christopher Nolan, somos conscientes de que parte de ese éxito rotundo se concentró en la actuación del actor australiano Heath Ledger como el Guasón (Joker).
La segunda parte de la historia de uno de los héroes más conocidos a nivel mundial rompió records por montones. Alcanzó a ser la décima película más taquillera de la historia del cine mundial, recaudando más de 1000 millones de dólares. Basada en uno de los personajes de DC Comics, continúa con la historia Batman Begins estrenada en 2005, dirigida también por Nolan. A diferencia de la primera entrega, el papel del Guasón como el enemigo inminente causaría mayor apego por parte de los espectadores. Heath Ledger realizaría un papel perfecto, como pocas veces se ha visto en el cine. La caracterización de este enemigo se le debe atribuir en parte al excelente guion hecho por Nolan, pero Ledger se encargaría de dar el salto para encantar, enamorar y emocionar con su singular aspecto e idiosincrasia encarnada en el personaje de la boca rota.
La película tuvo su estreno oficial el 14 de julio de 2008. Ya en su primer fin de semana de estreno la película rompió varios récords de taquilla: el primero fue el de la función de medianoche, galardón en posesión de Star Wars episodio III: La venganza de los Sith superado con 18,5 millones de dólares por parte de Batman; su segunda marca fue el del primer día de apertura, ostentado hasta entonces por Spiderman 3 con 59,8 millones de dólares, la película de Nolan lo superó adquiriendo ese día 66,4 millones de dólares; el tercero batido es el de película más recaudadora en un fin de semana, obteniendo ganancias de 158,4 millones de dólares y superando de nuevo a Spiderman 3. 
Se preguntará: ¿es tan buena la película para batir y entrar de manera tan convincente en la historia de las mejores del cine? La verdad es que sí. Desde que Christopher Nolan tomó la dirección se auguraba un éxito rotundo. La dirección de sonido y efectos especiales también está al mando de grandes expertos; pero la sorpresa se la llevarían todos con el salto de Ledger por su interpretación de Guasón, su entrega en el papel como villano con problemas psicológicos generó en el espectador una verosimilitud al personaje de las historietas. Su actuación alcanzaría el puesto número tres en el año 
2008 en la lista de los "100 personajes de película más grande de todos los tiempos" por la revista Empire.
Posteriormente rompería el récord a la película que más rápido ha recaudado 200 millones de dólares, conseguidos en solamente cinco días, y pasó los 300 millones en menos de quince días. Además, ya es oficialmente la película de superhéroes más taquillera de Norteamérica al superar los 403,7 millones de 
Spiderman rebasándola con $533 millones de dólares, convirtiéndose ya en la segunda película más taquillera de Norteamérica y recaudando hasta la fecha en el mundo más de $1000 millones de dólares.
De manera lamentable Heath Ledger fallecería meses después de terminada la etapa de grabación a causa de una sobredosis accidental de medicamentos recetados. Se convirtió en el primer actor ganador del premio Oscar en 2008 a título póstumo, el galardón más deseado y prestigioso en el mundo del espectáculo; además ganaría el Globo de Oro en 2009, los dos premios como mejor actor de reparto.
The Dark Knight fue rankeada en el puesto 15 en el año 2008 por la revista Empire, en su lista de las "500 mejores películas de todos los tiempos", basado en los votos ponderados de 10.000 lectores, 150 directores de cine y 50 críticos de cine claves. 
Tanto el papel de Ledger como su sorpresiva muerte encarnan la gruesa historia de Batman que se ha ganado un espacio muy grande ya en la historia del cine. La producción fue perfecta y el resultado así lo demuestra, por algo la tercera parte es la película más esperada de este segundo milenio según la revista Empire y solo falta esperar pocos meses para poder disfrutarla. La producción será de nuevo hecha por Nolan, lo cual es un buen indicio, aunque se extrañará al hombre de la cara pintada que tantos sentimientos despertó con su prodigioso talento, pero aun así las emociones vendrán y de seguro nuevos records se romperán.

lunes, 19 de marzo de 2012

El día que envenenaron Chiquinquirá

Apenas amanecía en Chiquinquirá, era sábado y las miradas estaban puestas en los jóvenes que recibirían su diploma de graduación. Las panaderías abrían, los devotos campesinos le rezaban a la virgen y empezaba una jornada laboral para cualquier otro habitante del pueblo. Pero algo pasaría esa mañana, no sería igual que las otras, todo empezó un poco antes de las ocho cuando el primer estudiante se desplomó.
Se pudo pensar en un posible problema del colegiado, pero el hospital empezó a llenarse cada vez más. Las camillas del hospital no alcanzaban para los moribundos enfermos; se pensó en lo peor. Empezó el rumor de que el agua estaba envenenada y todos en el pueblo empezaron a abstenerse de su consumo. Lo peculiar era el poder que causaba en los niños, los mayores afectados. Las familias se buscaban entre sí para no perder a alguno de sus seres queridos. Todo era caos.
La mañana avanzaba junto a los cientos de de perjudicados que copaban el hospital del pueblo. Poco después, se dio el anuncio de que no era el agua la que estaba envenenada, era el pan. La noticia se expandió de manera rápida, hasta llegar a la propia panadería del pueblo donde el dueño de ella no podía creer lo que estaba sucediendo. Uno de los panaderos moriría horas más tarde al consumir variada cantidad de pan mientras estaba en su preparación.
La noticia cogió poder a nivel nacional y los principales medios se empezaron a notar en el pueblo. También llegaron médicos e investigadores a esclarecer los hechos. “El pan había sido contaminado con Folidol” fueron las palabras contundentes de algunos médicos.
En el transporte del Folidol desde Bogotá se regó una botella encima de uno de los costales de harina que serían ingredientes inamovibles en la panadería. Ya con una conclusión clara lo que seguía era proteger a los afectados. Ya eran decenas de niños muertos, incluso pertenecientes a una misma familia. El sepelio contó 65 víctimas y cientos de enfermos que lograron sobrevivir. El pueblo ahora ha cambiado, la panadería dejó de existir y cientos de personas que vivieron el problema salieron del pueblo en busca de un olvido colectivo y nuevas oportunidades. La tragedia conmovió al país, esa mañana no fue igual en el pueblo y todavía, cuarenta años después, en sus mentes transita ese trágico día.

El día que fuimos campeones del mundo

Viernes 6:30 de la mañana, cruzaba la gigante entrada entre bostezos y deseos de volver a la cama. Solo una cosa me podía animar ese día; bueno, dos. Jugábamos la final del prestigioso torneo intercolegiado de fútbol, con tan solo 14 años habíamos llegado a la final del certamen. Nos esperaba noveno grado, dos años mayores y más fuertes, no teníamos nada que perder. Esa mañana empaqué todo el uniforme necesario para la batalla, esa semana había sido interminable y contábamos las horas para jugar. Ese 9 de junio de 2006 estaba marcado en el calendario como la fecha más importante del año, no solo para los 11 que jugaríamos, sino para todo el salón, los profesores y todo el bachillerato. Llegué al colegio, me senté, hablé con mis compañeros un poco de lo que sería el partido y entró la profesora de matemáticas con un taller infinito. Faltaban 3 horas para el partido y en nuestras mentes no pasaba nada que no estuviera relacionado con esa final.

Ese 9 de junio tenía otro sentido especial: empezaba el mundial de fútbol en Alemania y el anfitrión empezaría jugando contra Costa Rica. Todos supimos gracias a los alumnos de once grado que entraron vendiendo resultados para la “polla mundialista”, sólo valía 2.000 pesos, el problema era ya la falta de resultados ante tanto apostador, escogí el 4-2 para Alemania. Parecía locura pero no me quería quedar por fuera de la fiebre del fútbol que nos llenaba ese día.

Se acababa la interminable clase de matemáticas y seguía Educación Física, cada vez faltaba menos para jugar. Le rogamos al profesor ver la inauguración del torneo más importante del mundo y parte de lo que alcanzáramos a ver, hasta que nos llamaran para jugar. El tiempo pasó volando, 2-1 ganaba Alemania en el minuto 25 del primer tiempo, faltaban 3 goles y podía ganar algo de la apuesta; justo ahí sonó el timbre. Era tiempo, se sintió la tensión y el silencio al escuchar la campana, nadie dijo nada, sólo empezamos de a poco a llenar los vestidores.

Nos cambiamos y hablábamos de tácticas antes de salir, estábamos listos. Se sentía el ambiente de final, bajamos a la cancha y eso que tanto imaginábamos estaba delante de nuestros ojos, una cancha perfecta y cientos de alumnos, profesores y curiosos rodeaban el terreno de juego. Al fondo un grupo con camisa verde alentaba a los rivales mediante gritos y pancartas. Nuestras amigas no se quedaron atrás y se hicieron detrás del arco a apoyarnos. Nos sentíamos más grandes que esos jugadores alemanes al otro lado del mundo. Un amigo trajo un balón y calentábamos mientras llegaba el árbitro. Nadie decía nada, se sentían los nervios, nunca habíamos estado delante de tanta gente, hasta el rector estaba presente teniendo en sus manos la tan anhelada copa. No ganaríamos dinero ni privilegios, éramos pequeños y ser reconocidos entre todo el colegio nos bastaba. Se jugaba más que una copa, era la felicidad encarnada en un objeto de plástico.

Empezaba el partido, las emociones nos jugaban una mala pasada y empezábamos mal. No teníamos el balón y la desesperación no se hacía esperar. A pesar de estar 100 por ciento concentrados en el partido, alguien gritó el tercer gol de Alemania, un gol de cada equipo y ganaría, aunque eso no me importaba en ese momento. Tan mal jugábamos que la lógica no se hizo esperar, un centro de esquina y perdíamos 1-0 al final del primer tiempo. Lo celebraron como si hubieran ganado la Copa Libertadores, todos festejaban, buscábamos a quién culpar entre tanto desespero. Siguió el partido y por poco nos encajan el segundo. El árbitro pitó el tan anhelado final, necesitábamos cambiar. No jugábamos bien, tomé la vocería y me desahogué con frases de ánimo para todos, estábamos a 30 minutos de ganar la famosa copa tan esquiva para tantos alumnos, era nuestro momento de gloria.

Empezamos a jugar más fluido, éramos nosotros, los nervios se habían ido. El partido se tornó emocionante, de ida y vuelta. Estábamos cerca de empatar y ellos de sentenciar, no nos quedaba otra. El planeta del fútbol se confabuló al mismo tiempo, Costa Rica había descontado, estaba a un gol de Alemania de ganarme una parte del acumulado y un centro me dejó solo con ese arquero gigante y alcancé a rematar al palo más lejano. El balón entró y el grito universal de gol ensordeció la cancha. Mis amigos se me tiraron encima, la emoción era indescriptible: ¡habíamos empatado cuando faltaban 12 minutos para el final!

Fue un golpe anímico importantísimo para nosotros. Empezamos a jugar como nunca, la tensión estaba creciendo, queríamos ganar. El arquero de ellos era demasiado bueno como para irnos a penaltis. Ese momento glorioso llegó, no participé pero lo vi todo... Ese delantero flaco que teníamos se regateó entre 2 rivales y remató, el arquero atajó pero dejando el balón servido al compañero que solo tuvo que tocarla para empezar a gritar campeones. No lo creíamos, ¡faltaban 5 minutos y ganábamos!, esos 5 minutos parecieron 5 años, pero el árbitro pitó y todo fue emoción. Nos revolcamos y gritábamos de emoción, ya no éramos 11 saltando, sino los 30 del salón ante la mirada satisfactoria de todo el colegio.

Éramos campeones, por encima de 4 grados superiores en edad. La copa la recibimos y dimos la vuelta olímpica, no faltaron las lágrimas en algunos compañeros: habíamos hecho historia. Entre nosotros había más emoción que la de ganar un Mundial. Por cierto, Alemania había marcado y ganado 4-2, me di cuenta en el momento en que fueron a entregarme los 50.000 mil pesos cuando estaba celebrando todavía. Los recibí entre la alegría, sabiendo que eso era poco a lo que había conseguido 15 minutos antes, cuando habíamos sido "campeones del mundo".

domingo, 26 de febrero de 2012

Carta sin destino




Hola, ¿cómo estás? Espero que bien, siempre lo estás. No sé que más escribir, contigo me suele pasar que se me esconden las palabras porque tienen miedo de salir y no ser las adecuadas; tampoco sé que escribir por el simple hecho de no saber cómo proceder, la delgada línea que en algún momento nos pudo unir ya no existe. Hola, ¿cómo estás? Yo un tanto cansado, para ser honesto. Harto de mí, de mis miedos, mis acciones y mi eufemismo. Rendido ante tus fallas terminé por no aceptar las mías; impotente ante mis decisiones, decidiste que era mejor partir. Y no puedo más que desear que te vaya bien; tampoco puede decir que decidiste irte, porque nunca llegaste. Hola, ¿cómo estás? Suelo parecer monótono, no lo soy, sólo no sé qué decirte, me pasa a menudo cuando alguien comienza a importarme. No quiero más fingir que no me rompe tu partida, que no me afecta tu indiferencia, que no me arrepiento de todo lo que nunca hice. Hola, ¿cómo estás? Demás que igual que siempre ¿Cómo si en algún momento hubiera cambiado algo, no? efímero fue mi paso, un desconocido, una historia tan bonita que nunca comenzó. Hola, ¿cómo estás? Yo aquí, aprendiendo a vivir sin sentir.

lunes, 6 de febrero de 2012

Vivir soñando, la vida práctica es un lío




Una vida un poco diferente, ni tan distante ni tan corriente. Un poco melancólico, disfuncional y salido del libreto. Ese hombrecito escuálido, alto y amante de la cerveza no es convencional, mucho menos creyente de estereotipos. Una definición de su vida es algo compleja. Está cansado de la injusticia social, el deseo de poder descontrolado y la creciente ignorancia. Ama esos pequeños y desconocidos destellos de vida, pasional al deporte y a esas vías de escape al intentar entender la vida.

En una sociedad en la cual lo más difícil es la interacción, siendo tan poco ortodoxo, decide dar a entender ese mundo aparte por medio de sus palabras y arte que poco a poco va aprendiendo. Pero aún así su preocupación más grande viene siendo la sociedad y esos problemas diarios que nos ocurren a todos. Cambiar al mundo es algo muy utópico para cualquiera y ese no es su cometido, cambiar a las personas es una tarea más compleja, su misión es una sociedad más equitativa, más afecto y menos orgullo. Cuando no hay un motivo especial que defina su vida, todo se divide a lo que lo ha formado y los objetos, hobbies e ideologías, siendo lo más trascendente en un camino demasiado volátil.

Su vida es un sueño, algo irreal y complejo aunque más placentero que ese mundo de estrés, del cual no se siente amigo. Su constante lucha por salir de la monotonía en lo que nos hemos convertido, lo hace explorar, conocer, imaginar cosas que quizás nunca sucedan, pero le generan placer absoluto; parece absurdo pero es placer. No es un aislado, es un individualista.

Una autobiografía es algo complejo para él, no hubo un momento que cambiara su vida por completo, en cambio sus intereses y métodos sí lo han logrado. Le queda mucho recorrido a esa turbulenta vida y un sinfín de aprendizajes. Siempre marcado por el lema de que "el show debe continuar", no parará hasta llegar a donde siempre ha soñado.

domingo, 5 de febrero de 2012

Un amor de invierno



Una vida en un ático no tiene grandes historias, su vida monótona era causada por ese ambiente de soledad y ruido. Gastaba las horas del día en comer, ver desde ese lugar omnipotente la ciudad que nunca llegó a conocer y, sobre todo, en dormir: era el único momento en el cual todo tenía sentido. Soñaba con conocer una montaña, correr libre, lamerse el pelaje delante de los rayos del sol mientras le rascaban los bigotes.

Si los días eran largos, las noches eran un castigo mayor. A veces se preguntaba si estaba pagando los pecados de su madre, esa que nunca conoció. Y es que nunca conoció a nadie. A pesar de que el silencio ensordecía sus ganas de seguir allí, era el único momento en el cual podía cazar. Las pobres palomas sin memoria siempre llegaban a descansar encima del único objeto visible en ese pequeño espacio, una mesita pequeña que servía de cama y escudo para el pobre felino.

Él sabía que su vida en algún momento debía cambiar, esperaba paciente el momento de encontrar esas respuestas a la melancolía, su única amiga. Una noche empezaría a darle la razón, y la lluvia sería testigo.

Dejar todo lo que alguna vez tuvo (así fuera poco) y correr sin mirar atrás era su objetivo. Pero, ¿cómo hacerlo? Estaba atrapado, saltar era inútil, no tenía salida. Esa noche, como todas las anteriores, intentaba llegar a la montaña sin miedo alguno debajo de la pequeña mesa. El olor de la lluvia junto al cemento no lo dejaba, estaba incómodo. Ninguno de sus pelos había sido tocado por una gota en su vida, era algo natural para él. Las noches de lluvia eran una pesadilla, no solo por el olor detestable en su agudo olfato sino también ese peligro latente de ser alcanzado por esas partículas movedizas.

Esa noche cambió todo cuando entre tanto mirar logró ver a lo lejos una silueta. Sus ojos saltaron de emoción, su piel se erizó de inmediato ¡Sabía que todo iba a cambiar! De repente cayó en cuenta y sus ánimos ya no serían tan exorbitantes, aún caía agua y por ningún motivo se expondría a semejante obstáculo. Buscaba posiciones dentro del pequeño espacio en el cual estaba a salvo para ver de nuevo algo, fuera lo que fuera, era la primera vez que sentía a alguien fuera de sus sueños cerca. La volvió a encontrar, en el mismo lugar. Era raro, debía ser nueva para no notar su presencia antes. Sus miradas se encontraron, su corazón empezó a latir más rápido sin saber por qué. La lluvia no cesaba y se desesperaba al no poder verla más de cerca, sus miradas no se movían, maulló y no recibió respuesta.

Dejó de llover casi en la madrugada, se había ido. Nunca había estado tanto tiempo sin dormir, pero valió la pena, una sonrisa brotó por primera vez, corría en ese pequeño espacio sin importarle con qué se tropezara. ¿Por qué? No lo sabe, solo pensaba y miraba de reojo para volverla a encontrar.

Las noches llegaron sin ella, la tristeza se apoderó de él, esperaba impaciente volver a cruzar miradas y ver su cola moverse fervientemente. La lluvia llegó con la noche, habían pasado dos días del suceso. Se escondió esperanzado que quizás la lluvia podría traerla, y fue así. No sabía si alegrarse o llorar, parecía que la lluvia era la única forma de verla, y lo único que los separaba.

Esperaba paciente, algo le decía que ella vendría donde él, ella daría el paso más importante, pero nunca sucedió. Aún así no la perdió de vista, sonreía y ella lo hacía de igual forma. La vida le había cambiado, no tanto en la rutina diaria, sino en el orden de pensamientos y prioridades. Cada noche la esperaba, primero a la lluvia y luego a ella. Para fortuna de él, empezarían días de invierno y su conexión iría creciendo cada noche. Muchas veces quiso arriesgarse a ir donde ella, pero el miedo le ganaba la pulsada. Temía morir y no volver a ver esos grandes ojos cafés una vez más.

Pasaron semanas y seguía igual, la esperanza de estar cerca a ella cada noche y el desasosiego del día al no verla. Cuando no llovía no tenía sentido la noche, supo que todo había cambiado y ahora debía maniobrar si quería estar con ella. Se decidió a salir cuando llegara la lluvia y de una vez estar con ella. Soñaba con acurrucarse, lamerle las orejas, inventarse un nombre y preguntar el de ella.

Esa noche llegó, llovía más de lo normal y ella seguía ahí. Temblaba del miedo, sabía que podía morir, no le importaba eso, le dolía el quizás no verla de nuevo. Salió de la mesita, sintió un escalofrío que lo hizo devolver. Se empezó a sentir mal, era imposible estar con ella, luego la miró y esa sonrisa le hizo cambiar de opinión. Salió sin escrúpulos, corrió hasta darse cuenta que no había vía y que debía saltar. Era una misión imposible, pero era ahora o nunca, la volvió a mirar y saltó. Sus cuatro patas retumbaron al llegar al otro lado, no lo creía, tanto tiempo encerrado y la salida no era tan difícil.

Ella le había cambiado la forma de ver el mundo, su propia vida y el entorno. Aterrizó mentalmente y fue en busca de ella, pero amaneció. Había desaparecido, se le había escapado y ahora tendría que esperar.

Pasaron los días y no volvió, quizás la había asustado, aunque no había llovido. Volvió a llover y tampoco estaba, tenía la fe de que vendría. Pasaron días y aún la olía. Siguió esperando, no se iría de ahí hasta que ella regresara.