“Seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero y cada noche
como si fuera la última” (El derecho del delirio, Eduardo Galeano).
El planeta Tierra se caracteriza por la diversidad de culturas,
pensamientos y principios. Entre la cosmovisión podemos encontrar una
diferenciación entre todo tipo de humanos desde sus principios hasta sus
gustos. Aún así, hay algo que nos une a todos desde siglos, una pregunta sin
respuesta: ¿para qué hemos venido a este mundo? Grandes filósofos y pensadores
han buscado una aclaración sin llegar a una conclusión válida, lo cual
rectifica su complejidad.
La religión católica nos declara que todos venimos a este mundo a
cumplir un propósito: así pierdas tu familia en un accidente, nazcas con una
discapacidad cerebral o hayas asesinado a cientos de personas, tienes un
propósito en la vida. ¿Suena muy lógico, cierto? Si venimos por un propósito
debemos también tener un sueño. Un ser humano compone sus sueños con frecuencia
en su etapa de crecimiento, en ella, y gracias a los medios, las masas, los
estereotipos y convenciones sociales fomentan una especie de deseos a cumplir
en un determinado tiempo para así llegar a la felicidad y, con ello, cumplir un
propósito en la vida.
El sentido de la vida seguirá siendo un incógnito por muchos años más.
Sin embargo, hay escritores y artistas que se han dado la tarea de recrear un
mundo mejor para todos, una comunión donde los sueños sean logrados por todos
los que lo deseen: una utopía. Artistas como Jhon Lennon en su canción Imagine o Queen en Who wants to live forever han hecho soñar a miles de personas con
un mundo ideal según lo que es considerado propicio para todos lo que deseen
estar ahí. En contraparte, Danny Boile, director escocese, en su grandiosa
película Trainspotting nos da una
mirada más cruda de lo absurdo de buscar un sueño proveniente de lo que es bien
o mal para la sociedad. David Fichtner en el Club de pelea se encarga de criticar el actual accionar de los
seres humanos.
En la literatura, donde haremos más énfasis, encontramos a un gran
escritor latinoamericano como Eduardo Galeano. Él, en su libro El derecho al delirio marca una línea
clara en lo que es su utopía, su mundo imposible; pero mundo al fin y al cabo. El
creador de Las venas abiertas de América
Latina y Memorias de fuego entre
otras obras literarias, siendo estas dos sus más conocidas, recrea un mundo a
partir de sus sueños más deseados.
Todos los humanos constantemente accionamos con el deseo de una
recompensa a futuro, y nuestros sueños cambian y se transforman cada día. Para
los que no conocemos la obra de El
derecho al delirio podemos disfrutar un fragmento relatado por el mismo
Eduardo Galeano en el programa “Singulars” del canal español TV3. “El televisor
dejará de ser el integrante más importante de la familia” es un ejemplo de la narrativa
usada por el uruguayo; allí menciona aspectos muy variados: desde lo absurdo de
los pequeños placeres de la vida hasta crítica el ejercer de los gobiernos
actuales.
La idea que describe Eduardo Galeano es muy clara. No es un autor que se
dedique a la falsa literatura como lo es la del crecimiento personal: no quiere
hacerle creer a sus lectores que si luchan por sus sueños algún día se van a
cumplir. Por eso se denota de manera clara que es solo una utopía.
Hay una gran diferencia entre soñar por algo que desea cumplir y por el
cual está en continua búsqueda o un sueño utópico que solo sirve para recrear y
pensar en un futuro con base en lo ideal, pero conscientes de que no será
posible. La primera genera frustración e impotencia cuando la meta no se
cumple: algo muy común en los humanos. La esperanza que genera un sueño muchas
veces se derrumba y con ella llegan consecuencias negativas en el choque con la
realidad.
Pero no todo es tan perfecto en el momento de describir un sueño. Por
ejemplo, y retomando, Trainspotting maneja
una crítica a la búsqueda humana de sueños a lo largo de la vida: “Elige la
vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia, elige un televisor
grande… elige tu futuro, elige
la vida. Pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la
vida, yo elegí otra cosa. ¿Y las razones?, ¡no hay razones!” Este pequeño
fragmento es el inicio de la película escocesa. En el desarrollo critica el
estilo de vida de las personas al buscar algo que la televisión nos muestra;
los sueños dejan de ser internos y pasan a ser una convención grupal.
La complejidad de la pregunta del para qué venimos a este mundo ha generado
diversos puntos de vista, unos más optimistas que otros. Eduardo Galeano
sorprende con un discurso categórico y con un toque personal muy notorio.
Refleja en sus labios –la entrevista en TV3- un dolor a lo que menciona. Él más
que nadie sabe la profundidad de cada frase; está cansado de este mundo tan
injusto y su desahogo es plasmado en unas hojas.
"Seremos imperfectos, porque la perfección seguirá siendo el
aburrido privilegio de los dioses". En estos cinco minutos donde expone
ese fragmento encontramos frases muy
delineadas y hasta con una necesidad de percepción más alta a una común. Son
tan sabias estas palabras que el mismo Eduardo Galeano las escribió con la
condición de que no pasaran de una utopía; son palabras que en su unión parecen
ser de un mundo imaginario y al mismo tiempo nos pone los pies en la tierra.
Qué bueno sería caracterizar los sueños sin esperar nada de ellos; qué
bueno sería formarnos con base en lo que soñamos y no a lo estigmatizado por la
sociedad. La búsqueda de un sentido a la vida es algo desprolijo; la búsqueda
de encontrarse consigo mismo no lo es. Sería mejor si todos se encontraran
antes de encontrar a la televisión o a una moda: los sueños los pone cada uno, no
una sociedad. Eduardo Galeano crea una obra maestra y deja mucho que analizar.
Una utopía que no pasa de ahí; está estancada y por eso es más valiosa.
El
sueño en los seres humanos es muy importante, pero no lo es todo: depender de
ellos causa grandes fracasos. Quizás esto último parezca muy ambiguo -es muy
cierto-, pero, ¿acaso el sentido de la vida no lo es?
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