¡Runnin' through hell, heaven can wait!

martes, 15 de mayo de 2012

Bailemos cultura



Medellín: ciudad rodeada de montañas rellenas de historias; un territorio que se transforma día a día a las exigentes necesidades de todos sus ciudadanos. Palabras generales para definir un pueblo categórico que ha logrado superar épocas de sangre y dolor. Aún así no todo es fácil ni tan bello como un adjetivo para describir: las marcas de desigualdad están vigentes en cada esquina de la ciudad. Incluso, si nos dirigimos al centro de Medellín veremos una cara completamente distinta a la mencionada en el primer párrafo: los hombres cargan en sus carrozas todo tipo de frustraciones; las mujeres arrullan sueños sin cumplir por decisiones incorrectas y los ancianos en sus arrugas muestran un pasado muy distinto a lo que viven ahora. 

La brecha existente en Medellín es tan grande como sus edificios. Sin embargo, lo económico debe ser irrelevante al lado de lo social: una civilización se mide por el tamaño de su cultura. La ciudad es cada vez más dependiente de la actitud y gustos de sus jóvenes, por eso no es extraño vislumbrar fiestas de reggaetón por doquier; peleas entre barras de los equipos de sus amores; la sobrevalorada comunicación gracias a un celular con teclado y por consiguiente la poca interacción física entre los ciudadanos. Por eso, se dificulta encontrar espacios que perduren a los años, a las circunstancias y  las modas, que hoy en día, no duran más que su publicidad.

Entre tanto desasosiego e inequidad a la vista de cualquier curioso encontramos un espacio donde estar aburrido no es válido. Con un movimiento en la dirección a las manillas del reloj se prende una radio de más de 40 años; es suficiente para transformar la tristeza en alegría y la monotonía en cultura.

Conocidas como la capital del tango en Colombia, y con razones: Carlos Gardel, el más grande exponente de este género, que vivió gran parte de su vida en nuestra ciudad, donde moriría en un accidente de tránsito. Además, hemos albergado festivales de esta música argentina que nos acredita merecedores de semejante reconocimiento. 

En 1957, cuando el tango era tan escuchado como lo es ahora Daddy Yankee, el “patrón” Gustavo Arteaga se encomendó en llenar de cultura, música y sentimiento un inhóspito lote ubicado a una cuadra de donde queda ahora la estación San Antonio del Metro. Nunca pensaría que ese sueño de joven 55 años después estaría tan vigente como lo fue en ese momento. Se sube el volumen a los parlantes; suena Cicatrices de Juan Pulido; los ancianos corean a son de marineros cada frase; los jóvenes, que no son pocos, se deslumbran ante las imágenes que llenan con sus particulares historias cada rincón del lugar; las meseras se mueven de manera ágil para agilizar el trabajo. Todos sonríen.

El contraste situacional que rodea al Salón Málaga parece de otro lugar, o para ser más coherentes, el Salón Málaga parece de otro lugar; otro país, otro momento. Al subir los dos escalones y sentir las frías baldosas sucede algo que te lleva a otra época. Si eres joven, sentirás un pasado que existió y al cual te sientes invitado. No solo la música, sino los personajes ahí sentados, y todos esos materiales coloquiales que han perdurado y contienen las más maravillosas historias.

Suenan los tacones, la gente aplaude y el baile no se hace esperar. El tango, ese sonido tan armónico, aún está vigente así sea entre pocos. Los ancianos allí presentes no van solo por la música: van por el espacio, por esos pequeños metros cuadrados que tantos recuerdos les traen. Ellos saben que no volverán a vivir esa época dorada, sus años de juventud alrededor de los 50, pero queman sus últimos cartuchos con una sonrisa sincera y muy expresiva. Los jóvenes, aquellos inquietos por conocer lo tan conocido por muchos pero desaprovechado por otros (la gran mayoría), disfrutan y aprenden de la cultura real de su ciudad natal, y por qué no, conocen el Medellín que no les tocó vivir.

El Salón Málaga posiblemente sea uno de los lugares más emblemáticos de la región gracias a que ha perdurado. Pero no siempre fueron momentos felices para los arquitectos de este sueño de muchos. La ciudad vivió tiempos difíciles, aunque todavía los hay, donde todo parecía llegar a su fin; y aún así lograron soportar fuertes tormentas para consagrarse como lo que son hoy. 

En una ciudad con el lema “Lo viejo no sirve” es difícil legitimar la palabra “cultura”. La era de cambios está tomando poder, para ello, lo nunca antes visto es más relevante. Una población con las características como lo es Antioquia, debe guardar y cuidar todo lo que sirvió a construir lo que es ahora. Qué lindo es encontrarle una historia a una simple canción, a una mal tomada fotografía, qué felicidad aprender de alguien que se enorgullece de sus gustos y sus vivencias. El afán de aceptación nos crea un maquillaje que nos hace olvidar de dónde venimos; la cultura es el corazón de un pueblo y este pueblo rodeado de montañas sí que tiene de ello.

Espacios como este perdurarán, eso es seguro. Su estilo es único, su belleza también. No se necesita ser amante al tango ni a la poesía, ni siquiera a Medellín, para maravillarse entre esas paredes que te hablan y te invitan a quedarte. El “patrón” está envejeciendo, él más que nadie lo sabe y aún así sonríe como el primer día de trabajo: sabe que ha dejado un legado para toda la vida y un regalo a la ciudad.

El tiempo no para, los jóvenes envejecerán y qué puede ser más bonito que encontrar esos espacios en donde se formaron y vivieron todo lo que en algún momento los hizo felices. Así la ciudad se transforme de manera constante y cada vez con más rapidez son muchas las historias que no deben ser olvidadas tan solo por haber pertenecido en algún momento a este espacio, como lo somos nosotros ahora. Cultura es más que un gusto colectivo, es una apreciación de belleza y apropiación de los que nos pertenece; en cada rincón de ella está reflejado lo que somos, y eso es lo que a fin de cuentas vale y nos diferencia de los demás.

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