Medellín: ciudad rodeada de
montañas rellenas de historias; un territorio que se transforma día a día a las
exigentes necesidades de todos sus ciudadanos. Palabras generales para definir
un pueblo categórico que ha logrado superar épocas de sangre y dolor. Aún así
no todo es fácil ni tan bello como un adjetivo para describir: las marcas de
desigualdad están vigentes en cada esquina de la ciudad. Incluso, si nos
dirigimos al centro de Medellín veremos una cara completamente distinta a la
mencionada en el primer párrafo: los hombres cargan en sus carrozas todo tipo
de frustraciones; las mujeres arrullan sueños sin cumplir por decisiones
incorrectas y los ancianos en sus arrugas muestran un pasado muy distinto a lo
que viven ahora.
La brecha existente en
Medellín es tan grande como sus edificios. Sin embargo, lo económico debe ser
irrelevante al lado de lo social: una civilización se mide por el tamaño de su
cultura. La ciudad es cada vez más dependiente de la actitud y gustos de sus
jóvenes, por eso no es extraño vislumbrar fiestas de reggaetón por doquier;
peleas entre barras de los equipos de sus amores; la sobrevalorada comunicación
gracias a un celular con teclado y por consiguiente la poca interacción física
entre los ciudadanos. Por eso, se dificulta encontrar espacios que perduren a
los años, a las circunstancias y las
modas, que hoy en día, no duran más que su publicidad.
Entre tanto desasosiego e
inequidad a la vista de cualquier curioso encontramos un espacio donde estar
aburrido no es válido. Con un movimiento en la dirección a las manillas del
reloj se prende una radio de más de 40 años; es suficiente para transformar la
tristeza en alegría y la monotonía en cultura.
Conocidas como la capital
del tango en Colombia, y con razones: Carlos Gardel, el más grande exponente de
este género, que vivió gran parte de su vida en nuestra ciudad, donde moriría
en un accidente de tránsito. Además, hemos albergado festivales de esta música
argentina que nos acredita merecedores de semejante reconocimiento.
En 1957, cuando el tango era
tan escuchado como lo es ahora Daddy Yankee, el “patrón” Gustavo Arteaga se
encomendó en llenar de cultura, música y sentimiento un inhóspito lote ubicado
a una cuadra de donde queda ahora la estación San Antonio del Metro. Nunca
pensaría que ese sueño de joven 55 años después estaría tan vigente como lo fue
en ese momento. Se sube el volumen a los parlantes; suena Cicatrices de Juan Pulido; los ancianos corean a son de marineros
cada frase; los jóvenes, que no son pocos, se deslumbran ante las imágenes que
llenan con sus particulares historias cada rincón del lugar; las meseras se
mueven de manera ágil para agilizar el trabajo. Todos sonríen.
El contraste situacional que
rodea al Salón Málaga parece de otro lugar, o para ser más coherentes, el Salón
Málaga parece de otro lugar; otro país, otro momento. Al subir los dos
escalones y sentir las frías baldosas sucede algo que te lleva a otra época. Si
eres joven, sentirás un pasado que existió y al cual te sientes invitado. No
solo la música, sino los personajes ahí sentados, y todos esos materiales
coloquiales que han perdurado y contienen las más maravillosas historias.
Suenan los tacones, la gente
aplaude y el baile no se hace esperar. El tango, ese sonido tan armónico, aún
está vigente así sea entre pocos. Los ancianos allí presentes no van solo por
la música: van por el espacio, por esos pequeños metros cuadrados que tantos recuerdos
les traen. Ellos saben que no volverán a vivir esa época dorada, sus años de
juventud alrededor de los 50, pero queman sus últimos cartuchos con una sonrisa
sincera y muy expresiva. Los jóvenes, aquellos inquietos por conocer lo tan
conocido por muchos pero desaprovechado por otros (la gran mayoría), disfrutan
y aprenden de la cultura real de su ciudad natal, y por qué no, conocen el
Medellín que no les tocó vivir.
El Salón Málaga posiblemente
sea uno de los lugares más emblemáticos de la región gracias a que ha
perdurado. Pero no siempre fueron momentos felices para los arquitectos de este
sueño de muchos. La ciudad vivió tiempos difíciles, aunque todavía los hay,
donde todo parecía llegar a su fin; y aún así lograron soportar fuertes
tormentas para consagrarse como lo que son hoy.
En una ciudad con el lema “Lo
viejo no sirve” es difícil legitimar la palabra “cultura”. La era de cambios
está tomando poder, para ello, lo nunca antes visto es más relevante. Una
población con las características como lo es Antioquia, debe guardar y cuidar
todo lo que sirvió a construir lo que es ahora. Qué lindo es encontrarle una
historia a una simple canción, a una mal tomada fotografía, qué felicidad
aprender de alguien que se enorgullece de sus gustos y sus vivencias. El afán
de aceptación nos crea un maquillaje que nos hace olvidar de dónde venimos; la
cultura es el corazón de un pueblo y este pueblo rodeado de montañas sí que
tiene de ello.
Espacios como este
perdurarán, eso es seguro. Su estilo es único, su belleza también. No se
necesita ser amante al tango ni a la poesía, ni siquiera a Medellín, para maravillarse
entre esas paredes que te hablan y te invitan a quedarte. El “patrón” está
envejeciendo, él más que nadie lo sabe y aún así sonríe como el primer día de
trabajo: sabe que ha dejado un legado para toda la vida y un regalo a la
ciudad.
El tiempo no para, los
jóvenes envejecerán y qué puede ser más bonito que encontrar esos espacios en
donde se formaron y vivieron todo lo que en algún momento los hizo felices. Así
la ciudad se transforme de manera constante y cada vez con más rapidez son
muchas las historias que no deben ser olvidadas tan solo por haber pertenecido
en algún momento a este espacio, como lo somos nosotros ahora. Cultura es más
que un gusto colectivo, es una apreciación de belleza y apropiación de los que
nos pertenece; en cada rincón de ella está reflejado lo que somos, y eso es lo
que a fin de cuentas vale y nos diferencia de los demás.