¡Runnin' through hell, heaven can wait!

domingo, 26 de febrero de 2012

Carta sin destino




Hola, ¿cómo estás? Espero que bien, siempre lo estás. No sé que más escribir, contigo me suele pasar que se me esconden las palabras porque tienen miedo de salir y no ser las adecuadas; tampoco sé que escribir por el simple hecho de no saber cómo proceder, la delgada línea que en algún momento nos pudo unir ya no existe. Hola, ¿cómo estás? Yo un tanto cansado, para ser honesto. Harto de mí, de mis miedos, mis acciones y mi eufemismo. Rendido ante tus fallas terminé por no aceptar las mías; impotente ante mis decisiones, decidiste que era mejor partir. Y no puedo más que desear que te vaya bien; tampoco puede decir que decidiste irte, porque nunca llegaste. Hola, ¿cómo estás? Suelo parecer monótono, no lo soy, sólo no sé qué decirte, me pasa a menudo cuando alguien comienza a importarme. No quiero más fingir que no me rompe tu partida, que no me afecta tu indiferencia, que no me arrepiento de todo lo que nunca hice. Hola, ¿cómo estás? Demás que igual que siempre ¿Cómo si en algún momento hubiera cambiado algo, no? efímero fue mi paso, un desconocido, una historia tan bonita que nunca comenzó. Hola, ¿cómo estás? Yo aquí, aprendiendo a vivir sin sentir.

lunes, 6 de febrero de 2012

Vivir soñando, la vida práctica es un lío




Una vida un poco diferente, ni tan distante ni tan corriente. Un poco melancólico, disfuncional y salido del libreto. Ese hombrecito escuálido, alto y amante de la cerveza no es convencional, mucho menos creyente de estereotipos. Una definición de su vida es algo compleja. Está cansado de la injusticia social, el deseo de poder descontrolado y la creciente ignorancia. Ama esos pequeños y desconocidos destellos de vida, pasional al deporte y a esas vías de escape al intentar entender la vida.

En una sociedad en la cual lo más difícil es la interacción, siendo tan poco ortodoxo, decide dar a entender ese mundo aparte por medio de sus palabras y arte que poco a poco va aprendiendo. Pero aún así su preocupación más grande viene siendo la sociedad y esos problemas diarios que nos ocurren a todos. Cambiar al mundo es algo muy utópico para cualquiera y ese no es su cometido, cambiar a las personas es una tarea más compleja, su misión es una sociedad más equitativa, más afecto y menos orgullo. Cuando no hay un motivo especial que defina su vida, todo se divide a lo que lo ha formado y los objetos, hobbies e ideologías, siendo lo más trascendente en un camino demasiado volátil.

Su vida es un sueño, algo irreal y complejo aunque más placentero que ese mundo de estrés, del cual no se siente amigo. Su constante lucha por salir de la monotonía en lo que nos hemos convertido, lo hace explorar, conocer, imaginar cosas que quizás nunca sucedan, pero le generan placer absoluto; parece absurdo pero es placer. No es un aislado, es un individualista.

Una autobiografía es algo complejo para él, no hubo un momento que cambiara su vida por completo, en cambio sus intereses y métodos sí lo han logrado. Le queda mucho recorrido a esa turbulenta vida y un sinfín de aprendizajes. Siempre marcado por el lema de que "el show debe continuar", no parará hasta llegar a donde siempre ha soñado.

domingo, 5 de febrero de 2012

Un amor de invierno



Una vida en un ático no tiene grandes historias, su vida monótona era causada por ese ambiente de soledad y ruido. Gastaba las horas del día en comer, ver desde ese lugar omnipotente la ciudad que nunca llegó a conocer y, sobre todo, en dormir: era el único momento en el cual todo tenía sentido. Soñaba con conocer una montaña, correr libre, lamerse el pelaje delante de los rayos del sol mientras le rascaban los bigotes.

Si los días eran largos, las noches eran un castigo mayor. A veces se preguntaba si estaba pagando los pecados de su madre, esa que nunca conoció. Y es que nunca conoció a nadie. A pesar de que el silencio ensordecía sus ganas de seguir allí, era el único momento en el cual podía cazar. Las pobres palomas sin memoria siempre llegaban a descansar encima del único objeto visible en ese pequeño espacio, una mesita pequeña que servía de cama y escudo para el pobre felino.

Él sabía que su vida en algún momento debía cambiar, esperaba paciente el momento de encontrar esas respuestas a la melancolía, su única amiga. Una noche empezaría a darle la razón, y la lluvia sería testigo.

Dejar todo lo que alguna vez tuvo (así fuera poco) y correr sin mirar atrás era su objetivo. Pero, ¿cómo hacerlo? Estaba atrapado, saltar era inútil, no tenía salida. Esa noche, como todas las anteriores, intentaba llegar a la montaña sin miedo alguno debajo de la pequeña mesa. El olor de la lluvia junto al cemento no lo dejaba, estaba incómodo. Ninguno de sus pelos había sido tocado por una gota en su vida, era algo natural para él. Las noches de lluvia eran una pesadilla, no solo por el olor detestable en su agudo olfato sino también ese peligro latente de ser alcanzado por esas partículas movedizas.

Esa noche cambió todo cuando entre tanto mirar logró ver a lo lejos una silueta. Sus ojos saltaron de emoción, su piel se erizó de inmediato ¡Sabía que todo iba a cambiar! De repente cayó en cuenta y sus ánimos ya no serían tan exorbitantes, aún caía agua y por ningún motivo se expondría a semejante obstáculo. Buscaba posiciones dentro del pequeño espacio en el cual estaba a salvo para ver de nuevo algo, fuera lo que fuera, era la primera vez que sentía a alguien fuera de sus sueños cerca. La volvió a encontrar, en el mismo lugar. Era raro, debía ser nueva para no notar su presencia antes. Sus miradas se encontraron, su corazón empezó a latir más rápido sin saber por qué. La lluvia no cesaba y se desesperaba al no poder verla más de cerca, sus miradas no se movían, maulló y no recibió respuesta.

Dejó de llover casi en la madrugada, se había ido. Nunca había estado tanto tiempo sin dormir, pero valió la pena, una sonrisa brotó por primera vez, corría en ese pequeño espacio sin importarle con qué se tropezara. ¿Por qué? No lo sabe, solo pensaba y miraba de reojo para volverla a encontrar.

Las noches llegaron sin ella, la tristeza se apoderó de él, esperaba impaciente volver a cruzar miradas y ver su cola moverse fervientemente. La lluvia llegó con la noche, habían pasado dos días del suceso. Se escondió esperanzado que quizás la lluvia podría traerla, y fue así. No sabía si alegrarse o llorar, parecía que la lluvia era la única forma de verla, y lo único que los separaba.

Esperaba paciente, algo le decía que ella vendría donde él, ella daría el paso más importante, pero nunca sucedió. Aún así no la perdió de vista, sonreía y ella lo hacía de igual forma. La vida le había cambiado, no tanto en la rutina diaria, sino en el orden de pensamientos y prioridades. Cada noche la esperaba, primero a la lluvia y luego a ella. Para fortuna de él, empezarían días de invierno y su conexión iría creciendo cada noche. Muchas veces quiso arriesgarse a ir donde ella, pero el miedo le ganaba la pulsada. Temía morir y no volver a ver esos grandes ojos cafés una vez más.

Pasaron semanas y seguía igual, la esperanza de estar cerca a ella cada noche y el desasosiego del día al no verla. Cuando no llovía no tenía sentido la noche, supo que todo había cambiado y ahora debía maniobrar si quería estar con ella. Se decidió a salir cuando llegara la lluvia y de una vez estar con ella. Soñaba con acurrucarse, lamerle las orejas, inventarse un nombre y preguntar el de ella.

Esa noche llegó, llovía más de lo normal y ella seguía ahí. Temblaba del miedo, sabía que podía morir, no le importaba eso, le dolía el quizás no verla de nuevo. Salió de la mesita, sintió un escalofrío que lo hizo devolver. Se empezó a sentir mal, era imposible estar con ella, luego la miró y esa sonrisa le hizo cambiar de opinión. Salió sin escrúpulos, corrió hasta darse cuenta que no había vía y que debía saltar. Era una misión imposible, pero era ahora o nunca, la volvió a mirar y saltó. Sus cuatro patas retumbaron al llegar al otro lado, no lo creía, tanto tiempo encerrado y la salida no era tan difícil.

Ella le había cambiado la forma de ver el mundo, su propia vida y el entorno. Aterrizó mentalmente y fue en busca de ella, pero amaneció. Había desaparecido, se le había escapado y ahora tendría que esperar.

Pasaron los días y no volvió, quizás la había asustado, aunque no había llovido. Volvió a llover y tampoco estaba, tenía la fe de que vendría. Pasaron días y aún la olía. Siguió esperando, no se iría de ahí hasta que ella regresara.